La EM puede presentarse de varias formas. Los síntomas pueden ocurrir en forma abrupta (brotes o empujes) o en forma paulatina (progresiva). Entre los brotes, el paciente puede recuperarse en forma parcial o completa (remisión). La EM afecta a cada persona de distinta manera. Los tipos de EM más frecuente son:
Formas progresivas de inicioInicialmente, la mayoría de las personas con EM experimentan síntomas que se conocen como brotes, ataques, exacerbaciones o recaídas. Cuando alguien experimenta un brote, percibe un nuevo síntoma o una exacerbación de un síntoma previo que persiste por un período corto de tiempo (desde pocos días a pocos meses) y luego permanece libre de síntomas por un período de meses o años. Este tipo se conoce como esclerosis múltiple con brotes y remisiones (RRMS). Aproximadamente el 85% de los pacientes con EM se
diagnostican inicialmente con esta forma de la enfermedad.
Las personas que no son diagnosticadas inicialmente con RRMS pueden presentar una forma de la enfermedad de progresión continua sin brotes desde el inicio.
Aproximadamente el 10% de la población con EM se diagnostica con el tipo esclerosis
múltiple primaria progresiva (PPMS). Estos pacientes experimentan una progresión constante de los síntomas desde el principio sin brotes o recaídas periódicas.
Menos del 5% de las personas se diagnostican con la variedad esclerosis múltiple
progresiva con brotes. La evolución en estos pacientes es progresiva desde el inicio de la enfermedad, presentando también brotes o recaídas.
Con el tiempo, la RRMS puede avanzar a la esclerosis múltiple secundaria progresiva
(SPMS). Esta tiene una progresión lenta y constante, con o sin recaídas. Sin tratamiento, aproximadamente la mitad de los individuos con RRMS pueden progresar a SPMS dentro de 10-15 años.
Previamente al diagnóstico de EM, muchos pacientes pueden presentar signos y síntomas de otros dos síndromes. El primero, síndrome desmielinizante aislado (SDA, o CIS en inglés), en el cual la persona experimenta síntomas neurológicos por primera vez.
Un CIS puede ser la primera manifestación de la EM o puede ser un fenómeno aislado y autolimitado (síndrome desmielinizante agudo).
El segundo se conoce como síndrome radiológico aislado (RIS), y se caracteriza cuando una persona tiene signos de EM en la resonancia magnética nuclear (RMN) pero no presenta síntomas clínicos de la enfermedad. Al igual que en el CIS, mayor evidencia será requerida en el futuro para realizar el diagnóstico de EM.
El diagnóstico y evaluación de la actividad de la EM debe realizarla un neurólogo especializado a través de la examinación clínica, estudios de imágenes y antecedentes neurológicos. Para realizar el diagnóstico de la EM se utilizan los criterios de McDonald (2010, revisados por Polman). Estos criterios incluyen tanto parámetros clínicos como el resultado de la resonancia magnética.
Una resonancia magnética (RMN) es un estudio por imágenes, indoloro, que se utiliza para observar la estructura de los tejidos. En esta enfermedad se utiliza para observar lesiones (áreas de inflamación y daño de la mielina en el sistema nervioso central).
A pesar de que las imágenes se asemejan a las radiografías (rayos X ), la resonancia magnética utiliza una tecnología diferente que permite observar otras estructuras con mayor detalle, no exponiendo al paciente a radiación alguna.
En los pacientes con EM la RMN se utiliza para evaluar la ubicación, el tamaño y las características de las lesiones. La inflamación se evalúa con mayor claridad con la aplicación de gadolinio, un método de contraste que se le inyecta al paciente antes del procedimiento. La intensificación con gadolinio se utiliza para medir la actividad de la enfermedad, evaluar la efectividad de las terapias modificadoras de la enfermedad (DMT, por el inglés disease-modifying therapy) y controlar la eficacia del tratamiento inmunomodulador.
Otra herramienta utilizada en el diagnóstico de EM es la punción lumbar. En este proceso se utiliza una aguja fina para extraer pequeñas cantidades de líquido cefalorraquídeo y se analizan para buscar inmunoglobulinas. La presencia de éstas indica que un proceso inflamatorio está ocurriendo en el sistema nervioso central.
Si otros métodos son necesarios para el diagnóstico de EM, puede realizarse un estudio
de potenciales evocados. Es una prueba no invasiva que estudia la actividad eléctrica neuronal, para comprobar que el sistema nervioso responde correctamente ante estímulos externos.
La escala más conocida a nivel mundial para evaluar la actividad de la EM es la EDSS (del inglés, expanded disability status scale). Utiliza números del 0 al 10 para medir el grado de afectación y discapacidad de los pacientes y su evolución.
Al día de hoy no existe una cura para la EM. Sin embargo, existen numerosos tratamientos que pueden ayudar a modificar el curso de la enfermedad, acelerar la recuperación luego de un brote y manejar los síntomas.
Cuando un paciente comienza un régimen de tratamiento temprano en el curso de la enfermedad, la actividad de la misma suele ser menos intensa, reduciendo el número y la gravedad de los brotes. Asimismo, el tratamiento temprano retrasa su progresión, y posiblemente cualquier discapacidad relacionada, reduciendo el número de lesiones activas que aparecen en una resonancia magnética.
El tratamiento oportuno y continuo también puede retrasar la tasa de evolución de la RRMS a SPMS. Sin tratamiento, aproximadamente la mitad de los individuos con RRMS pueden progresar a SPMS dentro de los 10 años. Sin embargo, desde la introducción del primer tratamiento para EM en 1993, los pacientes bajo tratamiento con terapias
modificadoras de la enfermedad han reducido o retrasado la conversión a SPMS.
Afortunadamente, las estrategias de manejo de síntomas y planes de atención integral con equipos multidisciplinarios, que incluyen médicos, enfermeras y terapeutas, ayudan a mejorar en gran medida la calidad de vida de todas las personas con EM, tanto con recaídas como con formas progresivas. Además, es muy importante resaltar la importancia del compromiso a un tratamiento responsable por parte del paciente. Cumplir con una terapia
adecuada y continua es fundamental para la eficacia del tratamiento y para mejorar la calidad de vida tanto de los pacientes como de sus familias.